21.1.15

OPINIÃO: Montalvão- Cedillo: La frontera más absurda

 Pasar de España a Portugal en coche por Cedillo, en Cáceres, es un follón que no aclara ningún mapa: de lunes a viernes, cuando el puente privado de la presa está cerrado, son cien kilómetros, y los fines de semana, catorce.
Hay dos cosas que acompañan al alcalde 'Botines' desde hace por lo menos 19 años: su pequeño morral de cuero cruzado al cuello y la ilusión de que su pueblo tenga un puente. Uno de verdad. De los que cruzan ríos. Quiere un puente como Dios manda, no como el de ahora. A Antonio González Riscado, 54 años, socialista de ideales comunistas, alérgico a las corbatas, diputado provincial que dejó de serlo porque le aburría tanta reunión, alcalde por goleada cada cuatro años, le llaman 'Botines' hasta los íntimos. La culpa la tiene su madre, que le compró unas botas de excelso tacón y el niño las estrenó un domingo en misa, tan rotundo y sonoro el caminar que esa mañana se ganó el apodo con el que sus vecinos se referirán a él hasta el día de su entierro.
En Cedillo (497 habitantes), todos tienen una historia así. Porque todos, sin excepción, se llaman entre sí por el mote. Tan naturalizado está el asunto que aquí, lo importante no es tener junto al teléfono las páginas blancas de Telefónica, sino el listín del Ayuntamiento, ordenado por calles y motes. Lo que no acaba de asumir este pueblo cacereño rodeado de alcornocales, ni tampoco su vecino portugués de Montalvao (375 vecinos), es lo de los mapas. El de la Guía Repsol dice que para ir de un pueblo a otro en coche hay que hacer un viaje de 14 kilómetros que dura 24 minutos. El de la web de Michelin alarga el tiro hasta los 100 kilómetros y la hora y tres cuartos. El del iPhone 4S le da la razón al primero, pero el iPad 1 se la quita. Lo peor, y lo que más cabrea a quienes viven a un lado y otro de La Raya, justo en ese punto del mapa en el que Extremadura pincha a Portugal, es que todos los mapas tienen razón. Y ninguno a la vez. Todos aciertan y todos fallan, que viene a ser lo lógico tratándose de la frontera más absurda de España.
De las 00.01 horas de cada lunes a las 9.59 de cada sábado, de Cedillo a Montalvao hay 100 kilómetros. De las 10.00 horas del sábado a las 22.00 horas del domingo, hay 14. La clave que lo explica todo es la central hidroeléctrica. Atravesarla es la forma más recta, corta y sensata de ir de una localidad a otra. Pero solo está abierta los fines de semana. El resto del tiempo, una valla a prueba de valientes impide el tránsito. Iberdrola, dueña de la presa, explica que la central no fue concebida como lugar de paso y que hay motivos de seguridad que conviene tener muy presentes, porque todo lo que suceda en esa carretera que cruza el Tajo es responsabilidad suya.

«No tiene razón de ser a estas alturas de la vida, es algo que no pasa en ningún sitio », se queja 'Botines'. Con la verja echada, no hay más forma de ir de Cedillo a Montalvao, o al revés, que por Valencia de Alcántara y Marvao, por vías de un carril por sentido. Es eso o cruzar el río en barca. Si es una lancha inflable con un motor de cinco caballos de potencia, ocupada por cuatro personas delgadas y una más bien oronda, y la conduce Roberto Ramallete, bastan seis minutos para pasar a Portugal.
El alcalde 'Botines' lo hace cada vez que le citan a una reunión en la otra orilla, pese a que el agua -así, en términos generales- no le hace ninguna gracia. Hoy espera al otro lado Antonio Semedo Cruz, alcalde de Montalvao, una freguesía -pedanía en su equivalente español- dependiente de Nisa. A veinte metros del embarcadero, Roberto apaga el motor, la lancha se acerca despacio, Antonio Semelo se agacha, coge la soga blanca y la ata al cabo. «Bom dia», dice justo antes de tenderle la mano a 'Botines', que la toma como ha hecho cien, doscientas veces, quinientas, ajeno al significado de ese gesto, el de un alcalde portugués tendiendo la mano a uno español para ayudarle a dejar atrás el río que les separa, una frontera en sentido estricto.
A partir de este encuentro, cambia el idioma. Como un guiño irónico a esos mapas que ni yerran ni aciertan, lo que hablan no es ni español ni portugués. «Es 'portuñol'; en esta zona lo habla todo el que tiene más de sesenta años», precisa 'Chirri', el alguacil de Cedillo, casi un 'Botines' sin morral de cuero cruzado al cuello ni cigarrillo Camel entre los dedos. «No lo hemos estudiado, pero lo hemos mamado desde críos, se lo hemos escuchado a nuestros padres, a nuestros abuelos», abunda 'Botines', que lee a Saramago en portugués y saluda en esa misma lengua a un vecino de Montalvao que pasa montado en su bici junto a la puerta de 'O rei do camarao'.
Cerveza y langosta
La elección de Semelo para tomar una cerveza Sagres y hablar del puente que no acaba de construirse no es casual. Aparte de ser la publicidad que luce en la camiseta del equipo de fútbol de Cedillo, el hijo del dueño del restaurante -60 euros el kilo de langosta o bogavante, seis euros la ración de berberechos, sesenta céntimos la caña de cerveza- tiene una barca, que es la que el alcalde de Montalvao utiliza cada vez que tiene que pasar el río. «Yo no pierdo la esperanza», dice Antonio Semelo, socialista, agente jubilado de la Guardia Fiscal -más o menos como la Guardia Civil-. Hace solo tres meses, él no habría utilizado la palabra esperanza. Porque a principios de año, todos daban por hecho que el puente internacional de Cedillo se iba a construir. Por primera vez veían cerca el punto y final a 19 años de lucha.
«En 1994 -recuerda 'Botines'- reforzaron la seguridad de la presa, instalaron un circuito cerrado de televisión y desde entonces lo controlan todo desde Alcántara». Eso significa que con puntualidad inglesa, a las diez de la noche de cada domingo, alguien en las instalaciones del embalse cacereño de Alcántara -el más grande de España tras el de La Serena, en Badajoz- pulsa un botón y la verja se cierra en los dos países. A esa hora, el guardia de seguridad se va a su casa. El Ayuntamiento tiene contratados para esta tarea a dos paisanos, a los que paga 700 euros al mes a cambio de que se turnen durante las 36 horas del fin de semana en que la presa está abierta y de que recojan la basura en el pueblo los lunes, miércoles y viernes. Entre sus cometidos no está abrir o cerrar la verja. Solo vigilan que ningún conductor se pare, que nadie cruce andando porque está prohibido, y que no haya problemas si dos coches coinciden a la vez, que la presa tiene planta curva y no anda sobrada de anchura.
Este despliegue ha enterrado la picaresca a la que recurrieron españoles y portugueses durante años para pasar de un lado a otro. «Yo iba en bici hasta allí y después pasaba colándome por un agujero que había en la malla metálica», recuerda con media sonrisa Hernani Henriques, 43 años, moreno de albañil, nacido y residente en Montalvao, donde se gana la vida con su empresa de servicios para obras y como tesorero municipal. «Yo llevo escuchando lo del puente desde chico», dice en perfecto español. «Es que llevo yendo a Cedillo desde que tenía 13 años», explica. Al otro lado del Tajo está su hermano Carlos, también nacido en Montalvao pero que vive de alquiler en Cedillo, donde trabaja como pastor y peón agrícola. «Si hubiera puente, podría ir a dormir todos los días a casa de mi madre, por lo menos en verano, y también podría ir con más frecuencia a ver a mi ganado, que lo tengo en Montalvao», cuenta Carlos Henriques, que le menta a 'Botines' la madre del cordero: la UE y la Diputación de Cáceres. «¡Pero si ya teníamos el dinero, 'Boti!'», le lanza. Y lleva razón. Hace dos años, la Unión Europea aprobó una subvención de 3,5 millones de euros para construir el puente, pero la Diputación de Cáceres alega ahora que a ese dinero habría que sumar otros seis millones para construir los accesos en las dos vertientes, y que con la que está cayendo, existen inversiones más prioritarias. «Eso es mentira, los accesos ya existen, no lo hacen porque no quieren», zanja 'Botines', que alude también a razones políticas, al hecho de que fuera un proyecto del PSOE y que ahora en la Diputación manda el PP.

Los músicos en la barca
Las siglas sobrevuelan un conflicto que pagan vecinos con pasaportes diferentes pero vinculados desde hace siglos. Cedillo-Montalvao fue durante décadas la ruta del contrabando, campo abonado al estraperlo. Al menos, el puente que nunca llega ha dejado un tráiler de anécdotas. 'Botines' recuerda el miedo que pasaron una noche de tormenta cruzando en una barca sin motor, a remo. Y el día que esperaban para unas fiestas a una orquesta que venía de Sevilla. «Alguien les dijo que tenían que hacer el viaje por Montalvao -relata el alcalde-, y al llegar allí se encontraron con la verja porque no era fin de semana; nos avisaron y nos tocó ir a buscarlos. No veas la que liamos para pasar en barca a los músicos y los instrumentos». Tan acostumbrado está al ninguneo institucional, que el alcalde 'Botines' se tomó con sorna la inesperada aparición del puente de sus ilusiones en una edición del mapa oficial del Ministerio de Fomento. «Era la época de Aznar -echa la vista atrás-, y le mandé a la ministra una carta que por supuesto no me contestó. Le decía que como ya no podían borrar de los mapas un puente que no existía, lo mejor que podían hacer era construirlo y asunto solucionado». No lo hicieron. Y pinta que nadie lo va a hacer ahora.
'Botines', como su colega Antonio Semelo, no pierde la esperanza. Añadirá este reportaje a la pila de documentación sobre el tema. Una página más para el cajón de las ilusiones. Quizás algún día, alguien importante vea el 'Pase sin llamar, está en su casa' que luce en un folio pegado con celofán en la puerta de su despacho, y entre a darle la noticia que lleva 19 años esperando. Y por si ese momento no llega nunca, en el almacén municipal de Cedillo, el pueblo de los motes que da nombre a un puente inexistente, siguen guardando una vieja barca.
La zona. Cedillo (a 110 kilómetros de Cáceres) y Montalvao están en La Raya hispano-lusa, y forman parte del Parque Natural del Tajo, un área de unas 25.000 hectáreas que aspira a ser declarada Reserva de la Biosfera. Está despertando al turismo y a él confían su futuro económico los pueblos de la zona. Hace dos años entró en servicio un barco que da paseos por el río Tajo.
60 coches atraviesan cada sábado o cada domingo la carretera de la central hidroeléctrica de Cedillo, según el recuento que hacen los vigilantes de seguridad contratados por el Ayuntamiento. En días señalados (fiestas locales, fundamentalmente), la cifra sube hasta los 200.
De cañas al otro país. Es costumbre arraigada en algunos vecinos de Cedillo y de Montalvao ir a tomar una cerveza el sábado o el domingo al otro pueblo. Más común es que los españoles vayan a Portugal y no al revés. La razón es de peso: una caña en Montalvao vale sesenta céntimos, un precio difícil de encontrar en España.
 * Artigo de Antonio Armero in "Hoy" - 5/5/2013